TERROR

 

Cuando me levantaba, cuando me acostaba, cada vez que miraba en el espejo, siempre estaba ahí, observando. Nunca me había atrevido a mirar más que por el rabillo del ojo. Un día, tuve el valor. Me incorporé en mi cama y moví toda mi silueta hacia la esquina izquierda, lo más próximo a los pies de mi cama. Temblé un poco, la figura no se movía, tenía un color blanco sucio, grisáceo, una complexión esquelética, mediría unos dos metros y medio de puro hueso. Su rostro era lo que más me perturbaba, dos cavidades por ojos, solo había huecos cerrados sin vida. No tenía nariz y su boca estaba inundada de cuchillas, clavadas donde debería haber dientes. A pesar de estar a oscuras, resaltaba entre armarios y cortinas, se encorvaba cada vez más hacia mí y acercaba sus largos dedos, sucios como si hubiera deshecho carbón con ellos. Me asusté y lo olió y agarró mi cara, cubriéndola entera e impidiéndome gritar. Mi cara se volvió negra y mis ojos rodaron, colocándose en mi nuca para terminar desapareciendo. Me quitó toda forma de vida, mi color, mi energía, mi sonrisa. Quedé reducido a un cuerpo opaco, sin boca, ni pelo, ni ropa. Me convertí en un ente. Entonces, la puerta se abrió y ese ser salió. Era idéntico a mí. 



Leo Fernández 3ºB

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